Reto 46 # Bigfoot, el hada de los dientes y el cabrero

 - Venga, vamos Monchito, a ver qué nos ha preparado hoy mamá para cenar. 

El Bigfoot sonrió y siguió dócilmente al cabrero vereda abajo, en dirección a la casita de piedra por la que asomaba un hilo de humo de una chimenea. Estaba cansado, las largas jornadas de trabajo arriba en el monte lo dejaban exhausto, sin embargo, le gustaba lo que hacía, y sus papás eran todo lo que hubiera podido soñar. 

Continuaron caminando en silencio, arreando de vez en cuando a las cabras que se hacían las remolonas. Una vez abajo las encerraron en su corral y fueron a la parte de atrás a lavarse y quitarse las ropas sucias y manchadas de barro, la noche anterior había caído un buen aguacero y lo habían notado en cada paso que daban. 

Al entrar en la casa un golpe de calor y un olor a caldo de jamón les invadió por completo. La mujer del cabrero corrió hacia ellos y abrazó con afecto a Monchito, quien tuvo que agacharse para recibir la muestra de cariño. Después besó a su marido tiernamente en la mejilla. 

- Qué bien que hayáis llegado ya a casa, llevo todo el día pensando en vosotros. Con lo que llovió anoche, debía estar todo embarrado y húmedo. Pero venga, sentaros que he preparado unos filetes y un caldo para que entréis en calor. ¿Cómo estás Monchito?, tienes una carita de cansado hijo mío. 

- Un poco mamá, sí, pero no hay nada que no cure tu comida - contestó el Bigfoot mirando con devoción a su madre. 

Monchito, nació Bigfoot y se crio niño. Cuando tenía tan solo unos pocos meses un cabrero lo encontró envuelto en unas mantas en un orificio de una roca. Anduvo varios días subiéndole leche y comida con la esperanza de que sus padres volvieran a por él. Pero pasado el tiempo y viendo que nadie reclamaba a la criatura, con la que ya se había encariñado, decidió recogerlo y bajarlo a su casa. En cuanto su mujer lo vio cambió su mundo por completo. Lo trató como el hijo que nunca pudo tener, lo colmó de mimos y arrumacos desde el primer día y poco a poco Monchito fue creciendo al lado de sus nuevos papás. Aprendió el oficio de cabrero, y arriba en las montañas, con mucha paciencia, aprendió a leer y a escribir. 

Monchito era un Bigfoot-niño feliz. Aunque sus padres nunca lo dejaban bajar al pueblo. Él no sabía por qué. Pero intuía que tal vez fuese por su altura. Veía  a algunos animalillos asustarse cuando él se acercaba y pensaba que tal vez a las personas del pueblo les pudiese pasar igual. Pero él quería conocer a otros niños, jugar, relacionarse, tener amigos. Algo así como lo que había leído en los libros que mamá le regalaba. 

Sumido en sus pensamientos estaba cuando notó algo duro entre la carne. Metió la mano pensando que a mamá se le había colado un huesecillo entre el filete, pero no, allí estaba uno de sus colmillos. 

Asustado y angustiado miró a sus padres quienes le sonrieron tranquilos. 

- ¡Monchito, tu primer diente! - le dijo su madre acariciándole la cabeza - Se te ha caído tu primer diente. Esta noche deberás dejarlo debajo de la almohada para que el hada de los dientes pueda pasar a dejarte una moneda. 

- ¿En serio mamá, me va a dejar una moneda a cambio de mi diente? Yo creo que esto vale más que una moneda, si se me caen todos no podré comer filetes. 

- Monchito hijo, no te preocupes, volverá a crecer, te saldrá un diente nuevo y mucho más fuerte que ese, ya lo verás. 

No muy convencido Monchito se fue esa noche a dormir pensando en su diente. Lo dejó cuidadosamente debajo de la almohada y cayó rendido al sueño. 

Horas más tarde....

- No me da la vida oye, yo no sé la de dientes que llevo recogidos esta noche. Ganas de jubilarme no me faltan, no. Si es que una ya no está para estos trotes. A ver qué dientecito tenemos aquí... ¡Madre del amor hermoso!, ¡Pero esto qué es!.

El hada dio un salto hacia atrás que casi le hace caerse al suelo, por suerte tropezó con una silla, lo que hizo frenar la caída. Sin embargo el estruendo despertó a Monchito que miró al personajillo con ojos somnolientos. 

- ¿Hola? - dijo tímidamente el Bigfoot. 

- ¡Pero por todos los duendes!, ¡Tú qué eres!, ¡Tú no eres un niño!, ¡Eres un mamut!.

- No, soy Monchito, un niño alto y con pelo. Pero soy un niño. 

- Pero qué dices criatura, qué niño ni qué niña. ¿Tú te has visto? Eres un mamut de manual, ay, no, calla, tú eres eso otro, eres un Bigfoot, a ver enséñame tus pies, ¿Ves? Lo que yo te diga, un Bigfoot de manual. ¿Cómo te has colado aquí?, ¿Sabes que aquí vive gente?. Menudo susto les vas a dar, pobre gente, pobre gente. Locos se quedan cuando te vean. 

El hada no paraba de hablar mientras daba vueltas apurada de un lado a otro de la habitación pensando en qué hacer para ayudar a... ¿a quién?, ¿a ese Bigfoot?, ¿a esa pobre gente?. Sin duda su trabajo no estaba pagado. 

-Vivo aquí con mamá y con papá. Todos los días ayudo a papá con las cabras y cuando bajamos mamá me da de cenar y me lee cuentos. 

El hada no sabía qué cara poner ni qué decir. ¿Asombro, duda, incredulidad, admiración? Sin duda era la situación más extraña a la que se había enfrentado nunca. ¿Y qué podía hacer ahora?

- ¿Me das mi moneda? Mamá me dice que si te llevas mi diente me dejarás una moneda - le dijo Monchito tendiéndole un diente más grande que la propia hada. 

- ¿Una moneda? Esto vale una fortuna Bigfoot, es un diente único, me puedo jubilar con esto. 

Monchito la miraba sin saber muy bien qué decir. 

- Mira, ¿Monchito? - Monchito asintió -, vamos a hacer una cosa. Lo que queda de mes me quedan por recoger calculo yo... un millón de dientes más menos, así que la administración me dará un millón de monedas. Todas tuyas a cambio de tu diente. 

- ¿Un millón de monedas, estás segura? - dijo Monchito con los ojos como platos. 

- ¿Segura? Já, ¿tú sabes lo que puedo sacar por eso en el mercado negro.... ? esto... sí, claro, segurísima. Eres un buen niño y te lo mereces, además ese el diente más bonito que he visto nunca. Eso sí, tendrás que esperar hasta final de mes. ¿Hay trato?.

- Sí, claro, hay trato. Solo faltan diez días para final de mes. 

- Pues lo dicho - dijo el hada tendiéndole una mano diminuta - hasta el día 31. 

- Hasta el día 31 - contestó Monchito tomando su manita entre su manaza. 

El hada salió como una exhalación y allí se quedó Monchito sentado en la cama con su diente entre las manos. Un millón de monedas. Aún no se lo podía creer. 

A la mañana siguiente fue el primero en levantarse y cuando sus padres aparecieron en la cocina él ya estaba sentado a la mesa ansioso por darles la noticia. Contó todo trastabillándose, nervioso y acelerado. Sus padres no podían creerse lo que oían. Un millón de monedas. Sería más que suficiente para construir una casa a la altura de Monchito. No se podían creer la suerte que habían tenido con ese niño, con su niño. 

El hada cumplió su promesa y el último día del mes acudió a la casa cargada con un millón de monedas. Entregó la bolsa a Monchito y este a cambio entregó su diente. 

- Te dejo mi tarjeta con mi móvil, por si se te caen más y no sabes qué hacer con ellos - dijo el hada guiñándole un ojo antes de irse. 

Y allí se quedó Monchito, con sus papás y su bolsa de monedas. Al final las buenas personas o los buenos Bigfoot, son recompensadas de una manera u otra por sus buenas acciones. 



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