Reto 49 # Los adornos del árbol de Navidad

Era algo extraño, desde que pusieron el árbol, coincidiendo con el puente de La Constitución y la Inmaculada, cada día faltaba un adorno. Un día una bolita, otro día un muñequito de jengibre...  Lo primero que había hecho había sido preguntar a su hijo y a su marido, claro que ninguno de ellos sabía nada. ¿Tal vez el perro jugando los hubiera escondido? Pero resultaba inverosímil, algunos adornos estaban demasiado altos para que Groucho los alcanzara sin destrozar todo a su paso. 


Lucía llevaba una semana observando los hurtos pero no había logrado cazar al ladrón. Suponía que llevaba a cabo su hazaña de noche, cuando todos dormían, ya que era por las mañanas cuando veía el árbol cada vez más vacío. Pero esa noche se había decidido a averiguarlo. Haría guardia agazapada detrás del sofá y descubriría al ladrón in fraganti. 

Y así lo hizo, se fue a dormir como cada noche, y sin decir nada a nadie, en cuanto sintió la respiración pausada de su marido, que indicaba su estado somnoliento, se levantó sigilosamente y bajó las escaleras.

A punto estaba ya de quedarse dormida cuando escuchó pasos. Su primer impulso fue levantarse y salir a hacer frente a aquel individuo que invadía su casa, pero tras pensarlo mejor prefirió esperar y saber de quién se trataba. Vio la sombra de una persona acercarse despacio hacia el árbol y con mucho cuidado tomar entre sus manos una hermosa estrella de cristal. ¡No hombre, esa era su favorita!, pensó enfadada.  Y en el momento en que ya harta fue a enfrentarse a ese curioso ladrón se dio cuenta de que no era otro sino su propio hijo. ¿Por qué estaba haciendo eso?, ¿Y por qué le había mentido cuando le preguntó si había sido él?.

Decidió dejarlo estar y aclarar las cosas al día siguiente. Total, tenían todo el fin de semana para hablarlo e imponer el castigo que fuese necesario. Porque claro, mentir se merecía un castigo. 

A la mañana siguiente el peque se levantó el último, y con cara de cansado se dirigió a la cocina. 

- Qué, tienes mala cara, ¿no has dormido bien? - le preguntó irónicamente su madre. 

- Bueno, un poco regular. Hoy tengo que desayunar rápido para ir a un sitio - dijo el niño entusiasmado. 

- ¿Un sitio? - se extrañó la madre - ¿Y se puede saber dónde está ese sitio?. 

- No mamá, lo siento, es un secreto. 

- No hay que tener secretos en la familia hijo - dijo el padre levantando la vista del periódico. 

- Ya papá, pero esto es importante, lo siento, no os puedo decir nada. 

No se hizo más hincapié en el tema durante el desayuno. Ella tenía claro lo que iba a hacer. Se iba a enterar de dónde iba, tal vez estuviese relacionado con los adornos del árbol. ¿Los estaría vendiendo para ganar algo de dinero?, ¿Y para qué necesitaba él dinero, si tenía todo cuanto deseaba?. Lo que estaba claro es que había algo raro en todo esto y estaba dispuesta a sacarlo a la luz. 

Dos minutos después de que el niño cogiera su bicicleta y saliese disparado calle abajo, Lucía hizo lo propio con la suya y lo fue siguiendo a una distancia prudencial. Se asustó un poco cuando el crío empezó a meterse por calles y barrios que no conocía y que tampoco le apetecía conocer. Las fachadas de las casas empezaban a verse cada vez más desmejoradas, había basura en las calles y todo parecía tornarse un poco más gris. 

Al llegar a una explanada el niño soltó la bicicleta y saltó una valla de alambre. Pero qué locura estaba haciendo, alguien podría hacerle daño. En ese barrio, sin duda, no había gente de bien. Continuó siguiendo a su hijo hasta que este dobló una esquina y se plantó frente a una especie de árbol hecho con neumáticos y chatarra. Junto a él jugaban varios niños que empezaron a vociferar y a chillar al verlo llegar. Una niña corrió a su encuentro y lo cogió de la mano mientras los demás daban alegres saltos a su alrededor. Ante la algarabía una mujer salió de una especie de choza con techo de uralita y se acercó a su hijo. Ante el miedo de que pudiese pasarle algo malo, Lucía soltó un grito involuntario. Todos se volvieron hacia ella. Su hijo la miró más extrañado que nadie. 

- Mamá, ¿qué haces tú aquí? - dijo acercándose a ella. 

- Pues no sé, quería saber donde ibas y al verte entrar en este barrio tan peligroso me he preocupado un poco - contestó su madre excusándose. 

- ¿Peligroso? Mamá, en este barrio viven mis amigos. Vamos juntos al colegio, ven te los voy a presentar. 

Cogidos de la mano madre e hijo se acercaron al grupo de niños que miraban a la mujer con cierto recelo. Uno a uno los fue presentando y educadamente le dieron la mano y le regalaron su mejor sonrisa. Por último le presentó a la mujer que había salido a recibirlo. 

- Mamá, ella es María, es la madre de mi amigo Jesús, siempre que vengo a jugar con él me da galletas para merendar. 

La mujer, un poco ruborizada ante la extraña visita se abrochó la chaqueta de lana vieja y saludo con una inclinación de cabeza. 

- Así que estos son tus amigos - preguntó  la madre mirando a un lado y otro sin terminar de comprender. 

- Sí, claro. Juntos estamos montando un árbol de Navidad. Ellos no tienen dinero para comprarlo y tener uno en cada casa, por eso habíamos pensado en hacer uno grande para que todos lo pudieran disfrutar. Y hay algo más... - dijo agachando la cabeza y metiendo una mano en el bolsillo de su abrigo - .. he cogido una cosa de la casa, bueno, algunas cosas - confesó mientras mostraba la estrella de cristal. 

Los niños se acercaron a mirarla y exclamaban admirados que era la estrella más bonita del mundo. Y sí, a ella también se lo parecía. Se agachó y abrazó a su hijo con toda la ternura de la que fue capaz. Sus ojos se estaban empezando a empañar. Lo cogió en brazos y los alzó para que pudiera colocar la estrella en la punta del árbol, donde todos pudieran verla. 

Al bajarlo los niños empezaron a aplaudir contentos y arrastraron a su benefactor con ellos a su zona de juegos.  María se acercó a la mujer y le susurró un gracias lleno de sentimiento. 

- No María. Gracias a ti, a vosotros. Mi hijo y vosotros me habéis dado una lección, una lección que no olvidaré jamás. 

Aquella mañana la pasaron jugando en la explanada y al volver a casa, durante la comida Lucía propuso a su hijo ir al día siguiente a la explanada y llevar algunas cosas que ellos ya no necesitaban: ropa de cuando era pequeño, mantas, algo de comida. El crío recibió la idea con mucha ilusión y corrió enseguida a su dormitorio con una caja, los niños también necesitaban juguetes, y él tenía demasiados. 

Cumpliendo su promesa a la mañana siguiente cargaron varias cajas en el maletero del coche y los tres partieron rumbo a la explanada donde el grupo los recibió con los brazos abiertos. 

Comentarios

  1. Te podrá parecer mentira pero fue la primera idea que tuve para afrontar este reto. Te ha quedado redondo. Toque de misterio, ternura, solidaridad... ¡Bien resuelto!
    Saludos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Jajajja, al final de tanto leernos entre nosotras parece que hemos conectado de alguna forma ;-)

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas populares