Reto 43 # El día a día de un dios
¡PIPIPIPIPIPPIPIPIPIPII!
Uf, no puede ser ya la hora de despertarse... estoy agotado. No sé en qué momento se me ocurrió adaptar la vida de un mortal, bueno, sí, en el momento en el que quise saber cómo se sentían, qué les asustaba, qué les hacía sentirse bien... Pero he de reconocer que me faltan horas al día, ahora entiendo muchas de sus peticiones, en fin, hora de ponerse en marcha.
Sí, desde luego esto del café fue un gran invento, se me ocurrió por casualidad, pero oye, está bien bueno, y funciona genial para despertar. Me encanta este momento de disfrute antes de sentarme delante del ordenador a leer peticiones y plegarias, pero la gente me necesita, yo necesito oírles y leerles, aunque he de reconocer que no puedo evitar sufrir mucho, muchísimo al pensar en algunos de ellos, en muchos de ellos.
Este último año no está siendo bueno para nadie, y la verdad es que no sé qué hacer, cómo hacerles ver que yo no he propiciado nada, que no tengo nada que ver con la pandemia, con esta crisis económica mundial, que no es un castigo, ¡por favor! si son mis hijos, los amo, ¿Cómo podría yo enviarles tal desgracia?.
Vamos a ver, ángeles nuevos...¡Por favor! Demasiada gente nueva en mi reino, me duele especialmente recibir niños. Me gustaría que hubieran podido disfrutar más de todo lo que un día creé para ellos, para hacerlos felices, pero no... no ha podido ser. Tengo que abrazar a sus padres a través de alguien, tal vez un buen amigo o un hermano, eso les hará ver que no están solos. Y a los niños tengo que enseñarles a dejar señales a sus papás para que vean que siguen con ellos... mmm... tal vez puede ser con una canción en la radio o alguna frase bonita en un libro. Lo importante es que no pierdan la fe.
Hoy tengo que mandar mucha fuerza, mucha energía para que puedan seguir en pie, luchando sin fuerzas, sonriendo sin ganas, tengo que enviarles esperanza, fe. Menos mal que cuento con un magnífico equipo en la tierra, hombres y mujeres, niños y niñas, ancianos y ancianas que me ayudan con esta ardua tarea cada día, que prestan su brazo sin esperar nada a cambio, que preparan un plato de más para llevarlo al vecino, que dejan una propina generosa a un camarero y dan los buenos días al barrendero por las mañanas. Qué haría yo sin ellos, qué haría el mundo entero sin ellos.
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