Reto 36 # Mi mejor comida

Las campanas de la iglesia dan las dos de la tarde: hora de la comida. Suelto la máquina y libero mi espalda del peso y mi cuerpo de la vibración del motor. El sol de invierno me acaricia la cara, es el mejor de todo el año, este sol que calienta sin quemar y que hace tan gustosas las mañanas de invierno en Jaén. Recoger aceituna nunca me ha gustado nada, pero el placer de este momento, el de parar a medio día, es comparable a pocos en la vida. 
Estiro una manta en el suelo, la helada de la madrugada aún lo mantiene frío y húmedo, y me dejo caer. Abro la cesta de mimbre y saco una botella de agua de aluminio que aún se mantiene fresca. Sigo revolviendo y ahí está: mi bocadillo de lomo con pimientos y queso.


Retiro el papel que lo envuelve y antes de hincar el diente me deleito con su aroma. El aceite de oliva donde se han remojado los pimientos, el  olor del queso ahumado que en contacto con el lomo se ha ido derritiendo dotando al pan de una jugosidad exquisita. El lomo a la plancha, hecho en su justa medida para que no quede crudo ni muy hecho. El pan de esta mañana aún permanece ligeramente crujiente  pero con un toque de miga jugosa. 

Visualmente en una mezcla preciosa, el dorado del pan que recuerda a los campos de trigo de Andalucía. El verde intenso de los pimientos de la huerta junto al blanco roto que deja el queso mientras se derrite recuerda la bandera de nuestra tierra. Todo ello envolviendo y sirviendo de cobijo a un lomo de cerdo que no mucho tiempo atrás pertenecía a un animal libre que comía y corría entre encinas y romerales. 

Ahora sí, doy el primer bocado. Mastico con los ojos cerrados mientras los rayos de sol mantienen caliente el manjar digno de cualquier dios, dejando que los jugos rocen todas las papilas gustativas, disfrutando del conjunto de sabores por separado y como una unidad. Mantengo aún la comida un poco más en la boca antes de tragar y lanzarme a otro bocado de placer. 

Mi cuerpo comienza a relajarse, ya no como encorvada, sino que me recuesto un poco. Puedo parecer una emperatriz romana tumbada en su lectus, aunque bien pensado ni en la época más dorada y esplendorosa del Imperio hubieran soñado con semajante delicatessen en su comida. 

Miro el último bocado con una mezcla entre pena y satisfacción. Qué gusto comer cuando se tiene hambre, qué placer descansar cuando el trabajo agota. Qué pena que estemos perdiendo las buenas costumbres de disfrutar de las pequeñas cosas. Esta noche, en la cena de Nochebuena habrá comida en abundancia, más de la que podamos ingerir, más cara que este bocadillo y con una preparación mucho mayor y más elaborada... y sin embargo, yo de elegir, me quedo con mi bocata de lomo tumbada en mitad de un olivar bajo el sol del invierno de Jaén.

Comentarios

  1. ¡Qué razón tienes! Estamos perdiendo el placer de las pequeñas cosas. Genial. El relato me ha parecido una maravilla, desde que has extendido la manta bajo el sol de invierno, hasta el último bocado, ese que casi da pena dar, porque acabaría con el momento.
    Nos leemos!












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  2. Si supieras que tuve que ir a picar algo después de escribirlo...
    Como siempre un placer recibir tus comentarios ¡Nos leemos!

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