Reto 35 # Luna nueva

Hace miles de años, existía un joven llamado Cadalso que vivía en las profundidades de la montaña con su familia, en una pequeña aldea de apenas tres o cuatro cabañas. 

Cadalso salía cada día a cazar con sus hermanos, a cuidar de sus rebaños o a recoger frutos y leña, según la estación. Las montañas eran su hogar y conocía cada rincón como la palma de su propia mano. 

Había días que no regresaban a casa y dormían al cobijo de la naturaleza y las estrellas, en un lecho improvisado con hierbas y pieles de animales. Fue una noche de aquellas en la que lo desveló una luz tenue y blanquecina, pero agradable. Tentado por la curiosidad decidió buscar el origen de aquel destello y comenzó a andar. Los reflejos lo acercaban cada vez más a la orilla del río, y a cada paso un dulce olor a azahar lo envolvía completamente. 


Al llegar a la orilla, vio una joven de una belleza sobrecogedora, que lavaba sus largos cabellos mientras susurraba la más linda melodía que sus oídos hubieran podido imaginar.

El reflejo provenía de allí, de ella. Cadalso se acercó despacio y cuando fue a tocarla la joven se sobresaltó y dio unos pasos hacia atrás. 

Cadalso se excusó sonrojado y preguntó de donde venía, cómo nunca la había visto antes, qué hacía una joven como ella sola a esas horas a la orilla del río. 

La niña lo miró y le sonrió. Ante esa sonrisa todo su alrededor se iluminó aún más. Dijo llamarse Luz de Luna y cuando indicó de dónde venía, señaló al cielo. Aquella joven no era otra que la luna. 

Cadalso se quedó mirando el firmamento y observó que aquella noche ciertamente la luna no brillaba en el cielo. La luna estaba ahí con él. 

Estuvieron juntos hasta casi alcanzar el alba, hasta que ella dijo que tenía que regresar. Cuándo volvería a verla, se preguntó Cadalso. Por más respuesta obtuvo solo una sonrisa de luz. 

Las noches cambiaron para el muchacho, no pasó una en la que no se asomase a la orilla del río a buscarla. Pero no la encontraba, miraba triste hacía arriba y la veía brillando a lo lejos, sonriendo quizás para él, iluminando sus noches, diciéndole que lo amaba. Llena. 

Pero él la necesitaba en la tierra, entre sus brazos. Sus lamentos parecían aullidos de dolor, como de un animal herido que clama ayuda al cielo. 

Pasaron las noches y Cadalso no dejaba de observar a su amada en la lejanía, parecía que se escondiera de él cada vez más. Hasta que una noche la dejó de ver, angustiado corrió por todo el bosque hasta llegar a la orilla del río donde la vio la primera vez. Y allí estaba, esperándolo y sonriendo, con su halo de luz que lo inundaba todo de paz y armonía. 

Cadalso no pudo más que abrazarla y colmarla de besos. Ella entonces le explicó que sus lamentos la habían conmovido, a ella y a todos los dioses del firmamento. Por su buena voluntad le concederían el don de verla una vez al mes. Tendrían solo una noche para amarse. Después ella volvería al cielo y el ciclo volvería empezar. Cada visita a la tierra la luna desaparecería del cielo y volvería a la noche siguiente como una luna nueva. 

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