Reto 31 # La gabardina como arma de Chéjov


Pedro salió de clase aquella mañana bastante pensativo. La filosofía provocaba eso en él. "¿Era el hombre bueno por naturaleza?". Más allá del hombre como concepto general le preocupaba el concepto de sí mismo. ¿Era él una buena persona?. Cómo saberlo. Vale que no había matado a nadie, que no andaba increpando a otros por ahí. Pero eso no lo hacía buena persona, tampoco malo, lo hacía neutral. Uno más. Alguien del montón. Qué hay que hacer para destacar, para que te señalen y te digan: "eres una buena persona". En ello andaba cavilando, buscando la forma de desarrollar ese potencial que él pensaba que todo el mundo albergaba en su interior, cuando un trueno estrepitoso dio paso a una lluvia torrencial. Se arrebujó dentro de su gabardina y aceleró el paso rumbo a su casa. Iba rápido, esquivando gente que corría en dirección contraria, unos abriendo sus paraguas, otros cubriéndose la cabeza con periódicos y los más despreocupados sin aligerar lo más mínimo su marcha. En eso que percibió un viejo mendigo harapiento que sentado en el suelo  se empapaba junto a un cartel que rezaba: "Soy ciego, solo quiero algo para comer". Sin pensarlo dos veces se despojó de su gabardina y se la tendió al anciano sobre los hombros mientras rebuscaba entre sus bolsillos alguna moneda. "Tenga usted, yo vivo cerca y tengo otro abrigo en casa, la necesita más que yo". Prosiguió raudo los pocos metros que lo separaban de su vivienda aún con el runrún en la cabeza de qué podría hacer él, un simple mortal, un estudiante de universidad para poder ser mejor persona... 


Pasaron los días y Pedro continuó con su rutina de clases y amigos, aquella idea feliz aún seguía rumiando en su cabeza. Esa tarde al llegar a su casa su compañera de piso lo estaba esperando entusiasmada. 

- ¡Pedro! - gritó nada más verlo -, tengo una sorpresa para ti. La vi y me dije que era perfecta. Mira. 

Al abrir la bolsa Pedro descubrió su gabardina. 

- Pero Ana, ¿de dónde has sacado esto?, ¿es mi gabardina?.
- No sé, como me dijiste que la tuya la habías perdido en clase... el otro día pasé por una tienda de estas de comercio justo que venden ropa de segunda mano y al verla me acordé de ti, y nada, aquí la tienes, ¿imaginas que es la tuya?.
- Pues, lo vamos a ver ahora mismo- . Pedro cogió con resolución la prenda y le dio la vuelta, metió la mano en uno de sus bolsillos interiores y saco un trocito de tela cosido con sus iniciales. Satisfecho se lo enseñó a Ana sonriendo.
- Es curiosos como todo lo das, de una forma u otra vuelve a ti...
- ¿Das?, ¿No dijiste que lo habías perdido?.
- Sí, bueno, es una forma de hablar, no me hagas caso... ¿No te preguntas cómo habrá llegado la gabardina hasta esa tienda?.
- Claro, seguro que es una buena historia, pero una lástima que no podamos conocerla nunca.
- Ya, tienes razón.

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El viejo mendigo quedó encantado con la gabardina, el calor de la tela le hizo sonreír y sobrellevar mejor la lluvia. Caída la tarde cogió la bolsa con sus cosas, se abrochó bien su nuevo abrigo y echó a andar calle abajo. No había llegado a la plaza cuando sus ojos se cruzaron con los de una chiquilla medio desnuda que se acurrucaba en el soportal de un edificio. Suspiró y supo lo que tenía que hacer. Nunca había tenido una prenda tan bonita como aquella, pero esa niña la necesitaba más que él. Tras pasar por última vez su mano ajada sobre la fina tela se desprendió de ella y se la tendió a la niña. 

La chiquilla, como un animal asustadizo que no está acostumbrado a la amabilidad agarró la tela, se envolvió en ella y salió corriendo perdiéndose entre el gentío. Tanto corría con su nueva gabardina cinco veces más grande que ella que acabó dando de bruces contra el suelo, concretamente a los pies de una señora a la que le derramó las dos bolsas de fruta que cargaba. 

Nerviosa la niña empezó rápidamente a recoger todas las piezas que habían quedado diseminadas por el suelo y por enderezar el entuerto se ofreció a ayudar con las bolsas a la señora hasta su casa. La mujer enternecida por el gesto de aquella criatura tan abandonada la invitó a subir a casa, la bañó, le dio de comer y le quitó aquella gabardina enorme, colocándole a cambio algunas ropas de su nieta que había por casa. La niña salió limpia feliz y agradecida de aquel piso. Y la buena señora se quedó con un buen sabor de boca y una gabardina de hombre. 

Lavó la gabardina y al día siguiente, con ella seca, planchada y en una bolsa se dirigió a la tienda de su hija. Una tienda que vendía ropa de segunda mano donada por personas que ya no la necesitasen y que destinaba un porcentaje importante de sus ingresos a fines sociales. 

Entre las dos vistieron un maniquí y colocaron la pieza en el escaparate. Esa misma mañana una chica la compró para un amigo suyo, que era muy buena persona y se lo merecía, o al menos eso contó.

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