Reto 23 # El abuelo mató a mamá

Al principio solo oía los gritos, tenía los ojos cerrados, apretados, tan fuertes que me dolían. Escondido detrás de una simple cortina contenía mi respiración todo lo que me era posible. No me podía permitir un solo ruido, un solo movimiento. Tenía que ser invisible. Nada podía hacer sospechar a mi abuelo que yo estaba ahí. Escondía la cabeza entre mis rodillas, y a estas las abrazaba con mis brazos. Tenía el cuerpo tenso. Tenso y rígido. Pero a pesar de todo me notaba temblar. Temblaba de puro miedo. Era pánico lo que sentía, terror. Me ahogaba, pero quería sobrevivir y de ello dependía que no me moviese, que nadie supiese que estaba ahí, escondido detrás de una cortina.


No sé cómo empezó todo, mamá y yo estábamos jugando al escondite. Ella contaba y yo me escondía, siempre en el mismo sitio, detrás de esa cortina. La verdad es que no sé cómo mamá nunca me encontraba, o tal vez no quisiera hacerlo, porque revisaba uno a uno cada rincón de la casa, pero nunca jamás miró detrás de esa cortina. Rezaba en silencio para que ahora mi abuelo tampoco lo hiciese. 

Lo que estaba pasando más allá de esa tela no lo sabía, pero sí lo intuía. Aunque no entendía el por qué. De repente los gritos se apagaron. Silencio. Un silencio estremecedor que permitía oír los latidos de mi corazón. Oía la sangre fluir por mis venas. Oía la tensión en mis sienes. Pum. Pum. Pum. 

Entonces de nuevo las zapatillas arrastrándose. Esas zapatillas que me traían galletas. Esas zapatillas que se acercaban a mí y me hacían cosquillas hasta que a veces se me escapaba un poco de pipí. Venían hasta la cortina. Podía sentir su olor. Su respiración fatigosa. Quería gritar, huir, salir corriendo de ese infierno en el que se había convertido mi casa. Cada vez más cerca. Dos pasos lo separaban de la cortina cuando se paró en seco. Levanté la vista y recé para que se diese la vuelta y me dejase en paz. Sin respirar noté como una lágrima caía por mi mejilla y de golpe ZAS. 

La cortina se abrió: 
-¡Te encontré granuja! - mi abuelo me miraba con la cara sonriente y llena de sangre. 
Yo no me podía mover, el miedo se había apoderado de mí. No reconocía a ese hombre que había frente a mí. Ese hombre que me miraba con los ojillos brillantes, como de un niño que tras mucho buscar logra encontrar a su amigo en su escondite. 
- Pero granuja, ¿por qué lloras? No pasa nada, te he encontrado y ahora me toca esconderme a mí. Vamos, levántate que tienes que contar hasta veinte. Venga. 
Me tendió la mano ensangrentada y me sonrió. Yo estiré mi manita y se la di. Me ayudó a levantarme y me llevó hasta la pared donde siempre nos poníamos de espaldas para contar. Solo había dado dos pasos cuando la ví. 

Mi madre yacía boca arriba, muerta, acuchillada por su propio padre, por mi abuelo. Llevaba su vestido de flores amarillo, aunque ahora todo a su alrededor era rojo. Tenía los ojos y la boca abierta. Había gritado mucho, yo la había escuchado. Gritaba, "Papá, pero qué haces, papá, mírame, soy yo, tu hija, soy Irene papá. ¿No me reconoces? Mírame, papá, mírame a los ojos, papá..:".

- Mamá...- acerté a decir. 

Mi abuelo me miró y me dijo - No creo que tarde mucho en llegar granuja, creo que salió a comprar algo para la cena...

Comentarios

Entradas populares