Reto 22 # Aprender a nadar

Diario de una aprendiz de nadadora, día 28
Hoy es mi vigésima octava clase de natación y ayer fue el primer día en el que floté. Sí, lo sé, me ha costado veintisiete días y mes y medio de clases aprender a hacerlo, pero es que si partimos de la base de que yo no he flotado nunca tiene que verse como un logro. 
No, no he flotado nunca. Llevo mes y medio intentado aprender a nadar, y al final, aunque sea por constancia lo tendré que conseguir. Mejor dicho, si lo consigo será por constancia. 
Tengo ochenta y dos años y el día que los cumplí mis nietos me regalaron este curso. Siempre me ha entusiasmado la idea, pero me veía demasiado mayor para hacerlo. Pero a mis ochenta y dos años me he dado cuenta de que tampoco soy tan mayor para probar cosas nuevas. Así que aquí estoy, con mi bañador, mis escarpines para no escurrirme, mi gorrito de lunares y unas gafas que tengo que colocar encima de las mías porque si no es que no hay manera de que vea más allá de medio metro. 

El primer día que aparecí por aquí fue un poco bochornoso, cinco niños de tres años, una niña de cinco y yo, una octogenaria muerta de miedo y llena de ilusión. Los críos me miraban entre divertidos y curiosos, me preguntaban si venía con mi nieto. "No hijo, vengo sola, quiero aprender a nadar, igual que tú". No se quedaban muy convencidos, pero cuando me vieron que en el agua no era ninguna adulta, ninguna anciana, sino más bien una niña como ellos, que jugaba a salpicar, que se reía nerviosa cuando conseguía el más mínimo avance, me aceptaron en el grupo. 
Lo más difícil hasta ahora ha sido conseguir mantener la posición horizontal, sin que el miedo o los nervios me hicieran volcar como una barca de tableros de madera mal hecha. La profesora, una joven hecha de 99%paciencia y 1% cabezonería, se afanaba conmigo, como si pensase que mi reloj corría más rápido que el de los demás y necesitaba aprender a nadar antes que nadie. Me ponía una mano en la barriga y la otra en el pecho mientras yo intentaba coordinar manos y pies tal y como ella nos había enseñado durante toda la semana anterior. Y a pesar de que yo sabía que estaba segura con ella me era muy difícil no hiperventilar pensando que me ahogaría en una piscina de algo más de un metro de profundidad. 
Pero ayer sucedió la magia. Quitó sus manos sin que yo me diese cuenta y me dijo, "Maru, no te asustes, pero estás sola, estás flotando, es hora de que muevas tus brazos y piernas para avanzar", y yo muy quietecita, con mis brazos y piernas extendidos en forma de equis no sabía qué hacer, no pensaba ni en respirar por si se estropeaba todo. Estaba flotando, y así  ya era perfecto. La profesora volvió a insistir, "Maru, los brazos y las piernas, venga, como hemos ensayado". Y ya no me quedó más remedio que hacerlo,  y claro, me hundí, porque me puse nerviosa y empecé a patalear como un perrillo en una charca. "Bueno, Maru, no te preocupes, lo volveremos a intentar", intentó consolarme, pero yo ya no escuchaba. Había flotado, y así me sentía aún, como flotando en una nube. 

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares