Reto 17 # Amor incondicional

No sabía ni cómo ni por qué, pero de un día a otro, más bien fue cuestión de segundos, se había visto envuelta en una pesadilla inimaginable.
Ahora, sola en aquella habitación vacía, daba vueltas a la cabeza intentando comprender cómo se había desatado esa vorágine de acontecimientos sin sentido.
Todo había empezado hacía dos días, solo 48 horas para poner patas arriba su vida y la de mucha gente. Salía del colegio tras dejar a Quique cuando dos hombre encapuchados la asaltaron y la metieron en un coche. ¿Cómo pasó?, ni ella misma puede explicarlo. Solo acertaría a decir que sucedió muy rápido, que no tuvo tiempo para reaccionar, para gritar, para pedir ayuda. No sabe a dónde la llevaron, no sabe cuánto duró el viaje. Solo que durmió durante una parte del mismo. ¿Por qué durmió? Tampoco sabe el por qué. Tal vez le administrasen algún tranquilizante, tal vez inhaló alguna clase de droga. No lo recuerda. Cuando despertó estaba en una habitación vacía, en la misma en la que se encontraba ahora. Sentada en una silla, atada de pies y manos, y con un fuerte dolor de cabeza. Frente a ella una pantalla de televisión. Por su mente pasó la posibilidad de que aquello fuese una broma, una muy pesada por supuesto, pero que en unas horas estaría en su trabajo contando la anécdota a sus compañeros delante de la máquina de café. 
En ello andaba elucubrando cuando la pantalla se encendió. La imagen estaba borrosa, pero la voz que sonó a continuación era nítida y clara. Estaba distorsionada, pero imaginó que correspondía a un hombre. La saludaba por su nombre, Cristina, y le pedía perdón por el trato recibido. ¿Sería algún amigo?, ¿Su hermano?. Igual era Pablo, su marido. Dudaba de muchas cosas, pero en el momento en el que sonó aquella voz estuvo del todo segura que aquello no era ninguna broma, que aquello iba en serio. La voz, ronca, casi robótica, pedía un favor, un trato. Le pedía que matase. Le exigía hacerlo. Nada de policía. Nada de llamadas. Nada de ayuda. Estaba sola. Solo ella. Ella y un asesinato. Tenía que hacerlo, no quedaba otra. El trato lo exigía. Y como en todo trato ella recibiría algo a cambio. A cambio de matar. A cambio de arrebatar una vida. De destrozar algunas más.. Recibiría la vida de su propio hijo. Ese era el trato, si ella mataba, su hijo sería devuelto con vida. Y ahí estaba, su hijo, al otro lado de la pantalla, llorando abrazado a su osito de peluche. El mismo osito que habían dejado encima de la cama aquella mañana. El mismo niño que había dejado en el colegio hacía una hora. Gritando mamá, con la cara sonrojada de tanto sollozar. 
Haría cualquier cosa por él, daría su vida si hiciera falta. Pero dar su vida es algo fácil, es algo que casi toda madre hace sin pensar, lo hace desde el corazón. El problema era que no le pedían su vida, le pedían la vida de su marido. El padre de su hijo. Su amante. Su amante. Su compañero de vida. Su mejor amigo. Y se la pedían en una hora. Tres horas que habían empezado a contar hacia media hora ya. La media hora que llevaba en estado de shock. La media hora que llevaba preguntándose cómo había llegado hasta ahí. La media hora que había servido para poner su vida patas arriba, para destrozar el mundo que tanto trabajo le había costado construir. 


Una puerta se abrió y apareció él. No su hijo, sino su marido. Entró desorientado, sin saber tampoco qué había pasado, qué estaba haciendo allí. Cristina fue corriendo y lo estrechó en sus brazos con toda la fuerza de la que fue capaz. Lloraban. Lloraban y se abrazaban. Hasta que él preguntó: 
- ¿Qué hacemos aquí Cristina?, ¿Quién está detrás de todo esto?.
Ella le contó que alguien la había secuestrado a la salida del colegio y la habían llevado hasta allí. 
- Algo así me ha sucedido a mí. Salí a tomar un café, como todas las mañanas. Y no había llegado a cruzar la esquina cuando alguien me tapó la cara con un trapo, o una bolsa, o no sé qué. Me metieron en un coche y me trajeron hasta aquí, solo me quitaron la capucha en el momento de entrar a esta habitación. Nadie me ha dicho nada, por más que preguntaba no tenía contestación, no sé Cristina, ¿qué hemos hecho?, ¿quién está detrás de todo esto?, ¿por qué nosotros?, no tenemos dinero, nada que ofrecerles.- Cristina lo miraba con los ojos enrojecidos sin saber qué decir-. ¿Qué se supone que tenemos que hacer aquí, esperar?.
En ese instante la puerta se abrió, dentro alguien lanzó una pistola. Ambos la miraron sin decir nada. 
-¿Qué significa esto? - se preguntó Pablo en voz alta. En ese momento Cristina estalló en llanto. Abrazada a sus piernas gritaba como una niña pequeña, clamando su perdón. Pablo desconcertado intentaba en vano consolarla mientras la erguía para que se pusiese de pie. 
- Cristina, por favor, qué pasa, dime qué has hecho, por qué pides perdón. Cristina, mi amor, confía en mí, todo va a salir bien, escaparemos de aquí, mi vida. Tranquilízate, te quiero, sea lo que sea lo que has hecho te perdono, deja de llorar cielo, te quiero, te quiero.
Cada te quiero le resultaba como una bofetada, como un puñetazo en la boca del estómago. Tanto fue así que una arcada le subió por la garganta y no pudo más que vomitar allí mismo. 
- Pablo... ellos... no sé quiénes, pero ellos... ellos quieren... ellos... me han pedido... Quique... tienen a Quique... ellos, a nuestro niño... Pablo, ayúdame, ellos tienen a Quique. 
- ¿Qué estás diciendo Cristina?, tenemos que salir de aquí, tenemos que ir a bucarlo, vamos, tenemos que encontrar una solución.
- No, Pablo, no. No hay solución. Esto es el final.
- Mi amor, mírame, debemos ser fuertes, ¿me escuchas?, vamos a encontrar la salida, vamos a encontrar a Quique. Tenemos que salir de aquí, llamar a la policía.
- No lo entiendes Pablo, no hay forma de salir de aquí, mira a tu alrededor, no hay ventanas, solo una puerta cerrada con llave y ellos, seguramente, al otro lado esperando que intentemos salir. 
- Pero tiene que haber alguna forma de acabar con esto. Esa pistola. La han lanzado por algo. Podemos defendernos con ella, podemos disparar la cerradura y huir. 
- ¡Matarán a Quique! ¡Es que no lo entiendes! Me... me lo han dicho... lo van a matar... A menos que...
- A menos qué, ¿qué?, Cristina habla por Dios, dime, a menos qué...
- A menos que te mate, con esa pistola. A menos que acabe contigo Pablo.
-Quedan tres minutos-, resonó una voz en la pantalla. 
- ¿Qué locura es esa Cristina?, te están engañando amor, no puedes matarme, es una trampa. Hazme caso, vamos a salir de aquí-. En ese momento se levantó y se dirigió hacia el arma. Cristina se levantó a su vez y se abalanzó sobre ella. 
- No- gritó cogiéndola y apuntando hacia el torso, ahora rígido, de su marido.- He visto a Quique, lo tienen ellos, lo matarán Pablo, matarán a Quique. Entiéndelo, eres tú o él. Lo siento mucho mi amor, lo siento. Te quiero tanto, he sido tan feliz a tu lado. Perdóname mi amor, perdóname. Te quiero, te quiero, te quiero.
La última sílaba se vio nublada por el sonido de una bala. El impacto del disparo la hizo caer hacia atrás y no vio como su marido se desplomaba sobre el suelo, cayendo con los ojos abiertos y la cara compungida. El tiro había sido certero, en la cabeza. Ella que no había cogido jamás un arma se había estrenado con una hazaña ejemplar. 
Se quedó un rato encogida en el suelo, asustada, con restos de vómito en su cara que se entremezclaban con las lágrimas que no cesaban de caer de sus ojos. 
La pantalla se volvió a encender. A gatas corrió hacia ella y volvió a escuchar aquella voz robotizada. Lo había hecho bien, le decía. No se esperaba otra cosa de ella, de una madre. Estaba demostrando el amor incondicional a su hijo, pero tenía que seguir haciéndolo, una vez más. Por Quique. 
La puerta se volvió a abrir, en ese momento entró su madre...

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