Reto 16 # Intercambio de libros

Cada día se cruzaba con él de camino al trabajo. Cada día sonreía debajo de esa barba cuidadosamente desenfadada. Cada día se ponía nerviosa si pensaba que llegaría tarde a esa cita que solo tenía lugar en su cabeza. Cada día se apresuraba a no llegar tarde, a pasar por aquel parque a la misma hora. Cada día pensaba en su abrigo gris, en su su bandolera desgastada que llevaba cruzada sobre su pecho y caía sobre su cadera izquierda. En sus ojos brillantes y oscuros, en su sonrisa tímida y su mirada de reojo al cruzarse.

Aquella mañana no fue diferente, volvió la esquina y a lo lejos adivinó su silueta. Su corazón empezó a bombear con fuerza. Qué órgano más curioso ese corazón, que sabe reconocer los nervios, la ansiedad, la alegría y la tristeza. Empezó a sonreír así, sin querer, y desde lejos. Aquella mañana no iba a ser diferente, se cruzarían, se sonreirían y sería feliz veinticuatro horas más.

Aquella mañana de viernes sí fue diferente. Al cruzarse él paró en seco y la llamó: -Espera-. dijo. Ella se volvió despacio. Su corazón esta vez no sabía qué sentir, solo latía y latía, muy fuerte. Tanto que creía sentir como su colgante se movía sobre su pecho al compás del pum pum, pum pum.
Él metió la mano en esa bandolera y sacó un libro. Se lo tendió sonriendo tímidamente, sin decir nada más.
-¿Para mí?-. acertó a preguntar ella.
Por respuesta solo obtuvo una inclinación de cabeza y una sonrisa. Cuando ella tomó el libro entre sus manos se quedó mirando la portada 'Demian', de Herman Hesse. Al levantar la mirada para saber más, él ya se iba, caminando como siempre, saliendo del parque en dirección a no sabía dónde.


La verdad es que no sabía muy bien qué sentir, qué decir, o qué hacer. Se quedó allí plantada, mirando esa portada en la que salía alguien tocando un instrumento, una especie de órgano... Herman Hesse... ¿no era este el del Lobo Estepario?. Su cabeza iba a mil revoluciones por segundo. No sabía por qué de ese libro, no sabía por qué ese título, por qué a ella, por qué él, por qué así, sin decir nada, sin más explicación.

Con el pecho aún latiendo más rápido de lo normal siguió su camino al trabajo, abrazada a su nuevo libro, olía a él, o eso pensaba ella. La verdad es que no sabía muy bien a qué olía a él, solo sabía ese halo de perfume que dejaba tras su paso, ese aroma a perfume varonil que flotaba en el aire cuando ya se había marchado. Pero ese no era su olor natural, quería sentir a qué olía cuando no llevaba colonia, cuando era él, quería saber cómo era su rostro recién levantado, cómo dormía, y cómo bostezaba, quería saberlo todo de él. Ella, quería saberlo todo y en cinco meses no se había atrevido nada más que a sonreír cada vez que se cruzaban, ni tan siquiera un "hola", ni tan siguiera un "adiós".

Ojeó el libro por encima, pero no encontró nada reseñable, ni una dedicatoria, ni una firma, ni un nombre. Nada. Volvió a lanzar el libro dentro del bolso y siguió con su rutina como si nada. Intentó que fuera como si nada, pero era como si todo.

No tardó ni veinte minutos en volver a rebuscar y alcanzar nuevamente el libro. Esta vez dio con una frase subrayada: "Quería tan solo intentar vivir aquello que tendía a brotar espontáneamente de mí, ¿por qué me iba a ser tan difícil?". Cerró los ojos, apretó el libro contra su pecho y suspiró. Cómo una frase podía decir tanto en tan pocas palabras. Era como si aquel libro en menos de un par de líneas hubiese hablado de ella. O tal vez hubiese hablado de él. De aquel apuesto desconocido con el que se cruzaba cada mañana. ¿Y si él se estaba presentando de este modo?, ¿era acaso esta su primera cita?, a través de un libro. Lejos de parecerle una locura pensó que era una idea de lo más romántica, propia del siglo XVIII. Ella, una lectora empedernida, siendo cortejada epistolarmente por un encantador caballero. Cuánto de verdad tendría aquello y cuánto de pájaros en la cabeza. Con una sonrisa divertida volvió al trabajo, de vez en cuando no podía evitar mirar de reojo el bolso.

Ese fin de semana, en casa, devoró aquel libro arrebujada en el sofá.  Se sintió llena de sensaciones al terminar. Sintió que se conocía un poco más o tal vez un poco menos. Sintió que aquel muchacho con barba le hablaba a través del libro, le había regalado una experiencia inolvidable. ¿Y ahora qué?.
Al día siguiente sería lunes, se volverían a encontrar en su cita no acordada. Qué haría, qué le diría. Cómo se supone que debería comportarse. Le devolvería el libro, claro. Tendría que decirle que le había gustado. ¿Y si ella se presentaba con otro libro?, ¿Y si así se daba a conocer?. Sonaba sugerente, sí, podrían seguir con el juego. Pero qué libro. Qué libro la definía a ella. Nunca se había planteado una cuestión de ese tipo. Se fue directa a su pequeña biblioteca, una pared grande forrada de libros de arriba a abajo, de izquierda a derecha. Y empezó a buscar. No se diría que lo encontró en seguida. Tampoco que tuvo claro desde un primer momento cuál sería el elegido. Pero sí, estuvo segura, en el momento en el que lo tuvo en sus manos que sería ese. Incluso supo que frase subrayaría para presentarse: "He aquí un secreto, que no puede ser más simple: solo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos". Satisfecha y nerviosa se fue aquella noche a dormir.

Al día siguiente se arregló pausadamente, poniendo especial esmero en cada gesto. Desayunó con calma y se lanzó a la calle con los dos libros en el bolso. Al llegar a la esquina el corazón le empezó a palpitar con una fuerza inusitada. Él no estaba allí. No había contado con aquello, en sus planes no estaba una despedida. Miró desesperada a un lado y a otro. Se estaba empezando a angustiar. La gente seguía con su rumbo, ajena a todo, ajena a todos. Y allí quedaba ella, sola, aturdida y confundida. ¿Habría sido aquel libro una despedida?. Aquella historia que se había montado en su cabeza, aquel castillo de naipes de mil metros de altura se derrumbaba sobre ella dejándola atrapada y sin poder moverse.

Años después recordó aquel día mientras le tendía a su hija el libro de 'El Principito'. Se acercó lentamente al sofá y acarició cariñosamente una barba cuidadosamente desenfadada que se escondía detrás de un libro. Aquel día él llegó tarde, sofocado y corriendo. Ella lo había esperado. Sabía que vendría. Y vino. Y se quedó. Y se intercambiaron cientos de libros y cientos de cafés. Se intercambiaron miles de palabras y millones de caricias. Y se quedaron a vivir para siempre en la historia más bella del mundo, la historia que ellos mismos habían construido sobre sus cimientos de papel.

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