Reto 2 # Noche de Reyes
Hola, me llamo Brahim, y esta es la
historia de cómo toqué el cielo una noche de enero...
Tengo 26 años y llegué a España, junto con
14 compatriotas, jugándome la vida - como otros tantos... y no seré el primero
ni el último en hacerlo...- hace ya 1 año. Me costó
exactamente 20.772,89 dírham, o lo que es lo mismo,
1.950 euros y 9 años de trabajo para ahorrarlo. Llegué a Algeciras y por 200
euros más me ofrecieron llevarme a Jaén, donde me darían trabajo como jornalero
en la aceituna y podría alojarme en una casa barata. Evidentemente acepté, ¿qué
hubieras hecho tú? Llegué a un pueblo con cinco compañeros más y fuimos
directamente a hablar con la persona que nos contrataría.
Éramos chicos jóvenes y fuertes con muchas
ganas de trabajar y de ganar algo de dinero para enviar a nuestras familias, a
las cuales con todo el dolor de nuestra alma habíamos dejado atrás. Le gustamos
al patrón, y por supuesto que nos dio trabajo, al día siguiente podíamos
empezar... lo del contrato... lo del contrato era otra historia... No teníamos
"papeles", no éramos "legales", era "imposible"
hacernos un contrato, teníamos que entenderlo. Y lo hicimos, solo queríamos
trabajar, y las cosas iban saliendo demasiado bien, a pesar de la dura travesía
y del fastuoso camino hasta llegar aquí. Nuestra maravillosa casa era realmente
una sala que hacía las veces de salón y cocina y otra habitación con colchones
en el suelo, que sería nuestro dormitorio. No nos quejamos, era mucho más de lo
que podíamos esperar: teníamos un techo.
Al día siguiente empezamos a trabajar, y
lo hicimos como si no hubiera un mañana, teníamos experiencia puesto que en
Marruecos habíamos faenado alguna que otra vez en olivares, y no se nos daba
nada mal. El jefe estaba contento con nosotros y lo demostraba pagándonos el
jornal religiosamente cada semana.
En el pueblo el ambiente era otra cosa, la
gente no mira con buenos ojos a cinco jóvenes marroquíes que no hablan
demasiado bien el idioma y que van juntos a todos lados. Intentamos
integrarnos, alguna vez fuimos al bar a tomar algo, pero los camareros no nos
ponían buena cara y a la mínima nos decían que preferían que nos marchásemos,
que los clientes estaban intranquilos... "Es un pueblo pequeño, no están
muy acostumbrados a los forasteros" comentábamos entre nosotros. Íbamos al
supermercado y no sé si sería cosa nuestra, pero era entrar y sentir como algún
dependiente no nos perdía de vista ni un segundo... ¿por si robábamos algo?...
solo queríamos comprar comida, necesitábamos comer. Terminamos por aislarnos un
poco, del trabajo a casa y de casa al trabajo... hasta que se acabó el
trabajo... a mediados de enero.
Hicimos
cuanto pudimos para buscar otro trabajo, bien sabe Al-lāh que lo hicimos, pero
nadie se fiaba de nosotros, nadie quería darnos tarea... tampoco podíamos
legalizar nuestra situación, seguíamos siendo "ilegales"... Vagabundeamos algún tiempo de aquí para
allá, trabajando como peones en alguna obra, descargando cajas en algún
almacén, pero nada fijo, nada estable; lo justo para sobrevivir. Y así llegó
principios de diciembre y una nueva temporada aceitunera. Volvimos al pueblo
que nos acogió por primera vez en España, buscamos a este buen hombre que nos
dio trabajo aquel día y conseguimos incorporarnos nuevamente a la cuadrilla,
nuevamente sin contrato, teníamos que entenderlo... y lo hicimos.
Pasaron los días y las semanas y nuestra rutina
era siempre igual, de casa al trabajo y del trabajo a casa, haciendo
pequeñas paradas para comprar algo de comida. En una de esas paradas una chica
del pueblo se me acercó y me dijo: “Hola, eres Brahim, ¿verdad?”... Miré a
ambos lados, no tanto porque conociese mi nombre, más bien porque hablase
conmigo. “Sí soy yo”. La chica sonrió y me tendió su mano. “Hola, soy Lucía,
concejala del ayuntamiento”- estreché su mano aún más consternado... ¿nos iban a
detener?...-“Me gustaría hacerte una propuesta Brahim, verás, la próxima semana
es la cabalgata de reyes, una fiesta muy popular en el país... hay tres Reyes
magos que reparten regalos a todos los niños, tú representarías a uno de ellos,
vaya, si quieres...” , “Pero yo... yo soy marroquí, un marroquí en una fiesta
española en navidad... no sé...”, “Es que, a ver cómo lo explico... uno de los
tres Reyes era... uhmmm como oscuro, afroamericano, una persona de color, ¿me
explico?”, “Vamos, negro, ¿no?”, “Bueno, vale, negro, sí”... “¿Y qué tengo que
hacer?, ¿Qué hace un rey mago?”, “Repartirías caramelos a los niños subido a
una carroza, y luego tendrías que sentarte en un trono y recibir a cada niño
del pueblo”, “No sé, ¿podría hacerlo?, soy marroquí e ilegal...”, “Sí, lo sé,
en cuanto a eso... tal vez podríamos hacer algo al respecto y legalizar tu
situación. Por supuesto te haríamos un contrato y te pagaríamos, ¿qué te
parece? Pásate mañana por el ayuntamiento y lo hablamos”.
Al
día siguiente pedí unas horas libres y pasé por allí a buscar a Lucía... iba a
ser un rey mago, mi nombre sería Baltasar... y lo más importante de todo, iba a
conseguir legalizar mi situación en el país. Después intentaría hacer algo por
ayudar a mis compañeros también.
El
día 5 solo trabajé media jornada, andaba nervioso y tenía muchas cosas que
preparar. Después de comer llegué al ayuntamiento y me enseñaron mi disfraz.
Eran ropas muy lujosas, llevaba una capa con bordados dorados y unas babuchas
preciosas. Me sentía verdaderamente un rey, todo el mundo me saludaba y me
sonreía. Aquella gente que días atrás, meses atrás me daban de lado ahora me
daban la mano y me saludaban afectuosos.
Lo mejor llegó cuando empezó la
cabalgata. Me subí a una carroza llena de colores y luces, sobre un cojín
mullido que asemejaba un trono. Tenía varios sacos de caramelos que repartir
entre los niños y a ello me dispuse cuando la carroza comenzó su marcha y de
repente empezó la magia. Cientos de niños coreaban mi nombre e intentaban
llamar mi atención. Mi presencia no daba miedo, era bien recibida. Me sentí
querido, me sentí integrado, me sentí en casa. Yo sonreía a la multitud y
lanzaba caramelos sin parar, intentando que llegasen a manos de todos.
Aquello
era un paraíso. La música, las luces, la cara de ilusión de aquellos niños
cuando los miraba, cuando más tarde los subía a mis rodillas, cuando me
besaban y me abrazaban, vestido con ropa
limpia y tratado como un auténtico rey. No sabía lo que pasaría mañana, no
sabía si realmente regularizarían mi situación en España. En ese momento todo
me daba igual, lo único que me importaba era que aquella noche pude tocar por
fin el cielo con los dedos.
Comentarios
Publicar un comentario